Brasil, además del Carnaval y de su gusto por el software público, está haciendo algo a lo que todos deberíamos prestar atención: en 2011 aprobó su Política Nacional de Residuos Sólidos y ha establecido una amplia gama de medidas para dar un mejor manejo a la eliminación, el reciclaje y la reutilización de materiales de desecho.
Para los lectores de El Empaque el siguiente párrafo es de gran interés:
“La Política Nacional de Residuos Sólidos ofrece una logística inversa; un conjunto de acciones, procedimientos y medios para facilitar la recolección y devolución de los residuos sólidos a sus productores originales, de manera que puedan ser tratados y reutilizados en nuevos productos —en forma de nuevos insumos—, ya sea en su ciclo o en nuevos ciclos de producción, como una manera de prevenir la generación de residuos, es decir, el retorno de residuos (pesticidas, baterías, neumáticos, aceites lubricantes, y bolsas de plástico, entre otros) a las fases de posventa y posconsumo”.
Por lo que tengo entendido, este programa busca cumplir o superar otros esfuerzos similares privados/públicos de reducción de residuos, como algunos en Europa, que involucran a todo el mundo, desde las personas hasta las grandes empresas.
Estos ejemplos me llevan a pensar: ¿Qué pasaría si empezáramos a gravar cualquier uso de material virgen en los productos como una forma de acelerar la proporción y el ritmo en que se están reciclando y reutilizando los materiales? Los impuestos podrían cargarse al productor, el distribuidor o el consumidor.
Además del escándalo que despertaría, pues estoy seguro de que muchas empresas protestarían, esta medida fomentaría un uso más amplio de los actuales componentes basados en materiales reciclados, reusados, supra-reciclados y directamente reutilizados.
¿O que tal si…?
Es posible que las empresas, en lugar de avanzar la inclusión cada vez mayor de materiales no-vírgenes en sus productos, hallaran una manera de trasladar el costo a los consumidores. Pero esta sería una jugada imprudente, ya que los competidores que si adopten el esquema de uso de materiales reciclados ofrecerían a los consumidores un mejor producto, por un precio comparativo similar o inferior. De modo que, aunque las empresas con un enfoque estrecho y de corto plazo sobre sus costos pueden intentar este atajo, al final esta decisión las afectaría.
¿Y si cargáramos los impuestos a los minoristas?
Esa sería una historia totalmente distinta. Sería un incentivo inmediato para que los minoristas encontraran productos comparables y atractivos para el consumidor, que les costará menos mantener en sus existencias. Podría resultar difícil, ya que los consumidores suelen mostrar una estrecha fidelidad a ciertas marcas y productos.
No quisiera decirlo, pero si los consumidores fueran quienes pagaran los impuestos, no creo que hubiese ninguna diferencia sustancial en sus hábitos de compra, excepto tal vez que compraran menos. Recordemos el jaleo reciente por los precios de la gasolina. Muchos expertos ambientales predicen que esto será lo que lleve a la gente a comprar automóviles más eficientes en el consumo de gasolina, y a investigar otros modos de transporte.
Devolvámonos unos cuantos años, a la época en que los precios hicieron lo mismo. ¿Qué diferencia marcó en otras personas distintas a las ya comprometidas ambientalmente? Ninguna que se prolongara más allá de la caída de los precios. A menos que los precios suban mucho, y la gente no perciba que está reduciendo su calidad de vida, el público general de Estados Unidos no va a ceder en sus opciones cómodas y familiares.
Algunos pueden argumentar, ¿subvencionar el uso de materiales eco-preferibles sería una manera sostenible de avanzar? El ejemplo citado con frecuencia es la rápida disminución en las ventas de paneles solares, cuando dejan de estar respaldados por rebajas e incentivos fiscales. Ante eso yo digo, miremos esas industrias adictas a la subvenciones, como las del petróleo, el maíz y otras que gastan toneladas de dinero para garantizar que les sigan llegando sus inyecciones de liquidez. La mayoría de las industrias de cierta envergadura necesitan algún tipo de empujón/impulso externo para alcanzar/mantener su viabilidad.
Pero no es de un subsidio que estoy hablando aquí. Este es un programa de incentivos, para que las empresas dejen de usar materiales vírgenes, y empiecen a investigar de qué otras maneras pueden fabricar sus productos, reduciendo el impacto de la empresa y asegurando a la vez que la disponibilidad de los recursos dure mucho más tiempo para todos nosotros.
Llámenme loco (me han dicho peores cosas), pero es necesario emprender algunas acciones creativas y asertivas para acelerar el uso de materiales no vírgenes en la mayor cantidad posible de productos.
¿Qué ideas se les ocurren a ustedes para lograr este objetivo?